«La verdad es misteriosa, huidiza, siempre está por conquistar. La libertad es peligrosa, experimentarla es tan duro como exaltante». Albert Camus

En el discurso de recepción del Premio Nobel recibido en 1957, el gran intelectual ensayista, filósofo y periodista Albert Camus afirmaba estas palabras que hoy día cogen más sentido que nunca. Asociado siempre a diferentes etiquetas que intentaron encorsetarlo, se le reconoce por defender siempre la libertad individual del ser humano, al pensamiento libre, huyendo siempre de dogmas e ideologías. Fue en realidad un humanista liberal, con una libertad de pensamiento que provocaba hostilidad a los dogmáticos e ideológicos, siendo en muchas ocasiones vilipendiando y cuestionado por ello mismo. Pero lo más importante de su vida, de su filosofía, de su legado humanista, es que esa libertad de pensamiento ejercida, a riesgo de equivocarse, tenía consecuencias en los otros y para sí mismo. He recordado a Camus por un artículo que me llegó de actualidad y que me ha traído a memoria uno de esos libros de referencia que leí en mis clases de francés de juventud y que hoy entiendo y comprendo con muchas más amplitud que en aquellos momentos de lectura. «L´etranger» de Albert Camus (1942) describe en formato novela la carencia de valores del mundo contemporáneo y cómo el ser humano, guiado por la cotidianidad y gobernanza de fuerzas anónimas que despojan al hombre de su autonomía, le eximen también de su responsabilidad.

Ser conformistas con lo que no estamos de acuerdo, es un acto humano que la ciencia nos explica, como hizo Salomon Asch y Milgram en sus Teoría de la conformidad y del Poder respectivamente, que ya conté en una entrada denominada «Sí, conforme» que dejo en este enlace para quien lo desee y por lo que aporta para este escrito . Ser conformista es negar la propia percepción de la realidad para evitar la hostilidad posible del grupo, es cuestionarse la propia verdad y quedarse en la mentira, es dejar de tener ideas propias para tener ideologías de grupo, es convertirse en esclavo de la percepción de otros.

Es, en el contexto de la novela de Camus, al menos como yo lo veo, «creerse libre siendo esclavo» pero desde el confort y la tranquilidad de no responsabilizarse de las consecuencias de esa libertad.

Pero, además, la libertad individual, la libertad de pensamiento, el espíritu crítico, tiene un precio a pagar: la de la hostilidad de quienes piensan que su verdad es la única válida, de quienes se mueven en dogmas de fe, de quienes no quieren reconocerse en espejos individuales que les confronten, que les zarandeen, que les cuestionen, porque es precisamente esa libertad del otro y esa verdad la que no pueden soportar. Esa hostilidad convertida en culpa, en buscar responsabilidades externas y en una necesidad de intentar controlar en desmedida ese espíritu libre y crítico que no podrán redirigir y someter. Podemos encontrarnos con esas personalidades dominantes que saben bien disimular y enmascarar sus carencias y debilidades en el dogma, el insulto y el ataque por un lado y por otro en acciones que limpien su conciencia de «polvo y paja» para sí mismos y para otros.

Y es que la libertad, esa palabra tan importante, tan gritada y tan cuestionada, pasa por asumir las responsabilidades que ella conlleva. Asumir las consecuencias de los propios actos es un acto de responsabilidad y de libertad, que pasa por tomar conciencia de la propia debilidad, de la imperfección y del error como posibilidad; en suma, asumir la propia mentira que puede envolvernos, desnudarnos y quedarnos vacíos para llenarnos de nuevo. El verdadero acto de libertad, el verdadero poder del ser humano es la capacidad de decidir cómo actuar en base a las circunstancias, decidir qué actitud y posición tomar ante ellas y qué actos en consecuencia debe tomar, asumiendo las consecuencias que de ellas se deriven. Si actuamos según ese criterio pero culpamos a otros de esas consecuencias, nos convierte en esclavos de nuestra propia mentira.

Elegir qué pensar, elegir qué actitud tomar, elegir qué acciones realizar, en mi opinión es el mayor y quizás la única expresión de libertad posible; implica aceptar la equivocación como posibilidad, pero es aceptar la responsabilidad de las acciones realizadas. Es, en un momento dado, dejar que las cosas se rompan, que las personas se enfaden, dejar que te critiquen o que todo se derrumbe. Creo que es eso lo que debía sentir Camus, cuando de él se decía que era un hombre solitario; ese gran intelectual que nos dejó tanta enseñanza y que por tanto fue generoso en su supuesta soledad, que no era otra cosa que defender su libertad de pensamiento, ir contracorriente en lo que no estaba conforme y no dejarse llevar por las etiquetas y el conformismo.

Quizás el precio a pagar sea, además de esa hostilidad, aceptar muchos momentos de soledad al pensar de forma diferente al grupo; esa soledad elegida que te hace libre y abre las puertas a la posibilidad para que lo nuevo entre, para encontrar situaciones y personas compartan el camino, que te sumen y multipliquen, que te aporten y empujen a crecer desde esa libertad ejercida.

Invito a la reflexión en cada uno de nosotros, qué parte es individual y qué parte social tiene cada uno de los pensamientos o actos. Si sueles echar la culpa a los otros de lo que te acontece… Piensa en qué grado eres autónomo o eres uno más de esa masa social conformista al estilo de Asch y es, la forma de justificar, lo que da miedo afrontar: la responsabilidad de la libertad.

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¡Muchas gracias!

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga Formación y Desarrollo

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