Testarudos, desobedientes, orgullosos, rebeldes y muy cariñosos. Éstos son los adjetivos más frecuentes cuando nos referimos a uno de los perros más bonitos que existen. Una belleza que en los 90 atrajo a numerosos caprichos de compradores desconocedores de lo principal, cuando alguien se responsabiliza de la vida de una mascota: su carácter, sus necesidades, su genética. Una genética que llevó a muchos huskies a las perreras o al abandono, ante la incapacidad de sus dueños de educar a su mascota rebelde, pero cariñosa y servicial con los intrusos; un perro incomprendido en su esencia, para lo que está genéticamente seleccionado y preparado, que es para trabajar en las duras condiciones del ártico junto a los seres humanos, tirar con fuerza de los trineos y más allá de sus condiciones físicas, ser capaz de tomar decisiones autónomas; ¡todo un rebelde para muchos! Y es que este perro, fruto de su cruce con el lobo ártico, fue educado y seleccionado genéticamente para ser servicial y amable con los visitantes de los pueblos hospitalarios del norte y, al mismo tiempo, preparados para ser autónomos en las decisiones que salvaban las vidas de sus equipos y de sus dueños, siendo capaces de desobedecer órdenes si, quien les guía, les lleva a una trampa mortal en el hielo. Un perro que siempre va a ir delante de su amo, pues ha nacido para ello, el perro guía que ve diez metros por delante de lo que su humano ve y que será capaz de desviar la trayectoria si huele el peligro que aquél no puede apreciar. Su autonomía, esa capacidad de tomar decisiones valorada por los pueblos del norte, es lo que llamamos rebeldía e inconformismo cuando queremos que un husky simplemente vaya a nuestro lado en un paseo, u obedezca a ciegas las órdenes recibidas por quien piensa que ha adquirido un collie o un pastor alemán para cuidar su rebaño o su casa.

Sé de lo que hablo, pues fue en los 90 y primera década del 2000 cuando pertenecí a mi manada de huskies. Izas, así se llamaba la primera y madre de los otros cuatro huskies que llegaron después, llegó a mí de forma casual. No la elegí por su belleza ni por su carácter, sólo llegó y, como un niño, sin manual de instrucciones. Lo primero que hice fue investigar sobre sus necesidades, leer sobre ellas, un preludio de lo que se me avecinaba en su educación, nada fácil, pero también de todo lo que me tenía preparado para aprender sobre liderazgo y respeto. ¡Cuántos ejemplos he puesto en mis clases de ella tratando el tema del liderazgo y de los equipos!

La primera de las lecciones aprendidas es que un husky no te obedece si no te respeta. Queda por delante un trabajo arduo de ganarte un respeto día a día desde la coherencia, el conocimiento y establecimiento de objetivos, siempre regado con el afecto y el espíritu de equipo. Un respeto que se puede quebrar ante la incoherencia de órdenes que pongan en peligro su vida y la tuya propia. Un respeto que es ganado con esa coherencia y liderazgo firme que deja la autonomía necesaria para tomar decisiones llegado el caso, que le ceda el liderazgo en pro de la supervivencia de ese equipo. Un respeto que se gana respetando su autonomía; ésa que sabe mostrar con orgullo con su cola levantada y exhibiendo su belleza y en su mirada curiosa y de alerta, porque en determinados momentos sabe que está en sus manos llevar a su equipo al objetivo.

Y es que Izas terminó siendo la perra guía de un maravilloso equipo de trineo del que se sabía la preferida. Un equipo incapaz de agredir a un ser humano pues en sus genes estaba escrito, pero que actuaba con una inteligencia y estrategia digna de las mejores escuelas de negocio cuando de caza colectiva se trataba. ¡Pobres gatos que se atrevieran a entrar en su territorio! Y allí no había orden posible para evitarlo; sus instintos de lobo mandaban en busca de un trofeo que dignamente cedían a su líder una vez obtenido. Su instinto de equipo, de manada, mandaba y también lo hacía para seguir a su perra guía, la que iba delante siempre decidiendo qué camino tomar, un respeto que también tenía que ganarse ante sus congéneres.

Izas me enseñó el valor del respeto, el conocimiento y la coherencia para liderar; me enseñó que sin esos valores difícilmente se daba la confianza para dejar las decisiones vitales en manos de la incompetencia o la incoherencia; me enseñó el valor de la diferencia individual y de lo que hemos venido a hacer cada uno de nosotros en nuestra vida, en nuestros equipos. Me enseñó que si hubiera querido proteger mi casa o tener una mascota obediente, tendría que haberme comprado un pastor alemán o un collie. Me enseñó a respetar su autonomía, su «rebeldía» y su «desobediencia» justificada, una relación basada en la confianza y el afecto. Con las palabras mágicas «Izas, a casa» bastaba para ponerse delante, cambiar el ritmo y saber que tenía el poder de guiar a su manada al objetivo; daba igual si se hacía en una ventisca que dejaba a ciegas el camino a seguir, que en una carretera perdida o una ciudad caótica. Ella siempre sabía qué camino elegir y te llevaba a casa de forma segura.

Y tú, en tus equipos, en tu estilo de liderar, ¿quieres un husky o un collie? Porque si pones a un husky a cuidar un rebaño, más de una oveja aparecerá muerta, pero además tendrás a un husky infeliz, desobediente y rebelde, haciendo aquello que no sabe hacer, porque él sólo quiere tirar y tirar hacia adelante y hacerlo con su manada, autónomo, irreverente a veces y orgulloso, exhibiendo su pelaje y mirada profunda de quien se sabe leal y libre.

¡Muchas gracias!

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga Organizaciones Formación y Desarrollo

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