Humanismo tecnológico y cultura generacional

Invitada e impulsada por mi entorno ILPIT, hoy dedico mi entrada a la reflexión sobre lo que la transformación digital y digitalización comporta, tan profusa hoy en todos los medios y entornos. Hablar sobre ello cuando hay tantas mentes inquietas y tantos expertos en el tema, hace que solamente lo pueda hacer desde la opinión profesional en lo que a cultura del cambio implica, pero sobre todo de lo que como experiencia vital personal puedo contar.

Soy nacida en la generación más cerca del «baby boom» que de la generación X, cuando la infancia se desarrollaba en el juego en las calles y las rodillas en verano estaban llenas de mercromina, mientras en invierno las rodilleras y coderas eran el complemento perfecto de nuestros vestidos. No existían los videojuegos ni los ordenadores ni mucho menos los teléfonos móviles o las redes sociales, entornos en los que nuestros hijos sí que se han desarrollado, pues han nacido con la tecnología bajo el brazo, haciendo de ella una forma de comunicación, juego, intercambio y desarrollo.

Hablar de transformación digital a quien no tiene nada que transformar, hablar de digitalización a quien ya piensa en digital, como mínimo es sorprendente y que nos debería hacer reflexionar en cuanto a empatía y sesgos cognitivos en el impulso de los proyectos y la utilización de mismos lenguajes intergeneracionales .

Cuando llegué a la Universidad tuve mi primer contacto con un ordenador y porque colaboré en un Departamento en investigación; de otro modo no los hubiera conocido, pues presentábamos nuestros trabajos escritos en máquina de escribir (quien la tenía), siendo frecuente nuestras presentaciones a mano alzada y sobre renglones transparentes para no «torcernos» en las líneas. Realizar un trabajo sobre cualquier tema eran horas de consultas en bibliotecas y papeleras llenas de borradores que no cumplían los mínimos criterios de calidad establecidos. Lo que aquel ordenador me ofrecía en aquellas horas escasas de utilización, era pura magia, por las posibilidades de optimización de tiempos valiosos que me ofrecía. Creo que allí comenzó todo, allí fue donde me abracé a la tecnología por las grandes posibilidades que pude apreciar y que se abrían ante mí. Cuando terminé mis estudios y comencé mi andadura profesional, una máquina de escribir era mi herramienta de trabajo, eso sí, electrónica. Eran tiempos en los que empecé a dar formación y mis apuntes estaban hechos en máquina de escribir, las transparencias eran de acetato y las imágenes las pasábamos por recorte y pegamento antes de pasar por fotocopiadora. Solo han pasado 30 años de aquello.

Hoy no se entiende a un joven universitario sin su ordenador en la mesa del aula tomando sus apuntes en él, consultando las numerosas fuentes bibliográficas y la gran base de Conocimiento existente en intenet. Hoy en día la función principal de un profesor no es tanto ofrecer sus apuntes que rápidamente pueden quedar desactualizados, sino en dotar de herramientas y espíritu crítico para cribar las verdaderas fuentes de contenidos y conocimientos existentes en la red, pasando a ser un guía activo de ese proceso vertiginoso, de rapidez, de conocimiento y noticia del aquí y ahora. No han sido pocas las resistencias y críticas durante estos últimos años de personas de mi generación y anteriores ante estas nuevas formas de gestionar el conocimiento que las nuevas generaciones han visto naturales, viendo en ellas, más que un mundo de oportunidades, un campo de resistencias, poniendo numerosas minas en el camino para intentar evitar lo inevitable, lo que la tecnología y su desarrollo nos ha regalado de avance para gestionar ese conocimiento de una manera diferente y notablemente mejorada.

Vivir en una ciudad pequeña y tener necesidad constante de aprendizaje y desarrollo, tener la Necesidad, hizo el resto para convertirme en lo que muchos que me rodean definen como una humanista tecnológica. Porque soy de Personas, de emociones, de razones, soy humanista de profesión y de corazón y una amante de la tecnología por lo que ella me ha ofrecido y ofrece. Era en el 2002 cuando empecé a trabajar en el e-learning, cuando una plataforma era poco más que un tablón de anuncios, pero esa plataforma comenzaba a ponerme en el mundo, más allá de las limitaciones físicas y locales; la tecnología me permitía ser más ágil en la generación y alcance de contenidos y llegar más allá de las fronteras físicas de lo analógico. Desde entonces toda mi trayectoria profesional ha estado marcada por mi trabajo conjunto y complementario con el mundo de la Ingeniería y ese desarrollo tecnológico vertiginoso que me ha convertido en una profesional consciente de la limitación en el ritmo de adaptación al cambio constante, la incertidumbre y la impotencia y frustración que lleva no poder seguir desactualizada y con una necesidad constante de actualización. La flexibilidad, la tolerancia a la frustración, la apertura ante las nuevas posibilidades y la adaptación al cambio ha sido la constante de mi trayectoria profesional, la mía y la de mis compañeros y clientes. Con ellos y sobre todo con los de ámbito tecnológico y desarrolladores en con quienes más he podido compartir un aprendizaje clave del éxito de cualquier implantación tecnológica en cualquier organización: por muy buena que sea la tecnología que quieras implantar, por muy buenas oportunidades y mejora de procesos y resultados que ofrezca, si las personas que la van a utilizar no sienten la Necesidad, si no participan de ese proceso «transformador», si no se les ayuda a aceptar el cambio como una constante en su trabajo, ninguna implantación o formación al uso puede funcionar. Serán esas mismas personas las que llevarán dicha tecnología a fracasar, llenando el discurso de argumentos que así lo corroboren, pues el poder de las expectativas y de las profecías autocumplidas, ese poder «humanista», muchas veces oculto en resistencias y miedos, puede vencer al «poder de la tecnología».

El COVID nos ha traído una película de ficción a la realidad, y en ella ya venía también la tecnología; de todo lo negativo que nos ha traído hay algo que en mi opinión sí ha traído de positivo. Esas resistencias, esos miedos, esa falta de Necesidad al cambio y al desarrollo tecnológico de algunas generaciones, se han visto confrontadas, acelerando un proceso que debería haber sido natural hace años. La diferencia está en la «necesidad de necesitarlo«. Aprovechémoslo, pero ¡hagámoslo bien! La digitalización y la transformación digital, que no es lo mismo, pasa por tener en cuenta a las Personas que la han de utilizar en su beneficio. He escrito ya en varias entradas sobre esto (ver: https://patriciatisner.com/2021/03/07/la-energia-que-transforma/ y https://patriciatisner.com/2020/10/18/gusanos-tecnologicos-o-mariposas-transformadas/ ) y por tanto evitaré repetir mis argumentos, porque en esta ocasión quiero abordar lo que implica en la convivencia de diferentes generaciones en la mayor revolución vivida de los últimos tiempos.

La historia de la Humanidad está llena de revoluciones, de cambios, de transformaciones vitales que han ayudado al avance de las sociedades e incluso a marcar hitos históricos en las civilizaciones. El paso de la Edad de Piedra hasta nuestras sociedades actuales ha venido marcada por grandes revoluciones técnicas y utilización de nuevas herramientas que han permitido su avance y evolución. Ayer leía un artículo muy interesante al respecto por parte del académico José Manuel Sánchez Ron en su artículo «Tecnología y choques generacionales: de Mesopotamia a los «neorrancios» que invito a leer y donde dice que «…La tecnología es, en definitiva, una gran mano que ha mecido y mece la cuna de la historia de la humanidad...» Este artículo, que expresa bien la confluencia generacional con la que empezaba este escrito, recordando mi origen, mi infancia, mi generación, me recuerda la importancia de gritar que la necesidad , el respeto a las personas y el trabajo con las Personas es humanista, que no tecnológico. Entender las vivencias, las necesidades , las diferentes generaciones y sus aprendizajes es el primer paso a tener en cuenta para hablar sobre digitalización y transformación digital. La generación de mis hijos, las generaciones X, Z y demás no necesitan trabajar resistencias, ellos ya piensan en digital; somos los de las generaciones anteriores quienes tenemos que trabajarla. Quizás en ellos lo que más se tenga que trabajar es la parte humanista, la inteligencia emocional, el espíritu crítico y la tolerancia a la frustración, más allá del «aquí y ahora» sobre el que han sido educados. Y tal como he empezado escribiendo sobre ellos, termino recordando a mi generación anterior, aquella que trabajó y puso las bases para lo que hoy tenemos, aquella que en realidad potenció la gran transformación y revolución digital pero que no pudo disfrutar y a quien exigimos hoy una utilización experta y una deshumanización a la que no están ni estamos acostumbrados y, a la que, personalmente, tampoco quiero acostumbrarme como ser social que soy.

La tecnología está para ayudarnos, pero no para sustituirnos en la parte humana; transformarse digitalmente no es eliminar la atención personalizada, emocional y necesaria como seres sociales que somos. Digitalizar a la población no es ofrecer formación en competencia digital a quien solo la necesita para solicitar una cita médica; digitalizar será poner los medios para que esa persona aprenda a utilizar ese sistema y acompañarle en el proceso. Porque al igual que yo viví mi NECESIDAD, y de allí el QUERER, tenemos que encontrar las necesidades y las resistencias que muevan las voluntades. Un buen ejemplo de ello es el comercio on line y la guerra abierta por comerciantes locales, sus resistencias y una lucha perdida de antemano contra los gigantes del comercio electrónico. Yo invito a esos comerciantes siempre a no luchar contra ellos, sino a mirar qué necesidades en los clientes cubren y qué pueden copiar, pero también qué pueden hacer de forma diferente, sobre todo en la parte humana, innovadora y diferenciadora y, muchas veces encuentro la respuesta en ese «pensamiento digital transversal y humanista«.

La tecnología al servicio de las personas, esas que deben mirar dentro de sí mismas para ver sus actitudes, necesidades y resistencias al cambio; hacerlo en sentido inverso es condenar la transformación necesaria al fracaso; un fracaso de quienes se queden en el camino y no se suban al carro imparable del vertiginoso desarrollo tecnológico que todavía nos espera, pero también de quien no sepa gestionar las emociones y lo humano. Y ello es cuestión de formación, pero fundamentalmente de actitud, 😉

Muchas gracias

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo de Talento

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