Me encantan las personas transparentes, auténticas, las que muestran sus cicatrices, esas que se han hecho con el paso de los años llenos de experiencias, roturas y desengaños y que han sabido reconstruir en una fuerza interior y seguridad. Esas que cuando las miras a los ojos, transparentan y comunican toda la vulnerabilidad de esa persona, al mismo tiempo que toda la fuerza y energía de haber pasado por un proceso lento, paciente, de autoconocimiento y reconstrucción visible en sus cicatrices y lo más importante, duras, fuertes e infranqueables.

Y he encontrado en el Arte japonés del kintsugi la mejor forma de expresar lo que su propia filosofía esconde tras él.

«Todo lo que se rompe o daña, tiene una historia detrás que contar»

La historia del kintsugi, que en japonés significa «carpintería de oro«, se remonta a más cinco siglos atrás cuando un hombre muy importante mandó reconstruir sus dos tazones de té preferidos; tras recibir los primeros arreglos toscos y desatinados, se afanó en buscar la mejor reparación para sus objetos preferidos, creándose a partir de allí el nuevo Arte del Kintsugi, un arte milenario japonés que consiste en restaurar una pieza que se ha roto uniendo sus piezas con metales nobles como el oro, plata o platino, dotando de brillo y dureza las grietas de la reconstrucción sufrida, exhibiendo en su grandeza las heridas del pasado y la belleza del nuevo objeto resultante en los brillos de los metales nobles que cruzan el objeto de forma aleatoria según donde se rompieron. Más allá de Arte, el Kintsugi es una filosofía de vida.

Es en esas cicatrices, construídas desde la paciencia y el tiempo y con materiales duros resaltando la transformación sufrida, donde se pone en valor la importancia de la imperfección, la exhibición de las heridas del pasado, el desarrollo, crecimiento y cambio del nuevo objeto resultante, que simplemente es otro diferente al que era en su estado original y de mayor valor. No en vano a esta filosofía se la ha relacionado con el constructo psicológico de lo que significa «resiliencia», últimamente muy manido y mal utilizado y comprendido de lo que realmente es.

Y es en esta filosofía y en este Arte donde veo la representación de las personas que muestran sus cicatrices doradas, brillantes, duras y visibles y que lo hacen con esa seguridad que podemos ver en sus ojos del camino recorrido, del proceso transformador que ha estado lleno de roturas, sufrimiento, autoconocimiento, esfuerzo, paciencia, tiempo y sobre todo amor propio para cerrar heridas y mostrar con orgullo las duras e irrompibles cicatrices llenas de aprendizaje ante las adversidades; esas que se convierten en auténticas , visibles, transparentes pero al mismo tiempo infranqueables para seguir caminando, con una fuerza interior que focaliza el camino que todavía queda por recorrer..

El acto de comenzar un camino de reconstrucción es una decisión y va muy vinculado al valor emocional que le demos. Solo reconstruiremos aquello que tenía valor anteriormente a haberse dañado o sigue teniéndolo en el presente; es en el vínculo emocional en el que encontramos la razón para comenzar el camino. No todas las personas saben comenzarlo, porque quizás ese valor, el valor de sí mismo, el amor propio, es el que está dañado. Si no se empieza ese recorrido, difícilmente se puede presumir de cicatrices doradas y brillantes en el futuro y es cierto que habrá personas que requieran de ayuda profesional para comenzarlo. Pero yendo más allá que la rotura y reconstrucción de nosotros mismos para brillar, aplica también a nuestras relaciones sociales, esas que a diario podemos decidir si conviene reconstruirlas o bien dejarlas en el olvido, aplastarlas hasta hacerlas añicos y enterrarlas; pero también al efecto que todas nuestras interacciones tienen en los otros, nuestra capacidad para «romper» a otros y rompernos al ser parte de esa interacción. Siempre es una decisión reconstruirlas o no y allí habrá que analizar su totalidad y fragmentación en lo que le implica a uno mismo. Lo que se ha roto siempre puede ser más fuerte, pero será diferente. Eso sí, no es fácil, requiere como en la técnica japonesa de grandes dosis de paciencia y tiempo, el pegamento de la empatía y el autoconocimiento y el valor del noble metal como elemento de unión. Si elegimos barro en lugar de oro, se romperá fácilmente por las mismas grietas.

Buscamos constantemente la perfección en nuestra sociedad actual, el ocultar nuestras heridas, nuestras fragilidades y vulnerabilidades cuando el secreto del éxito, en mi opinión, está en mostrar con orgullo nuestras grandes roturas y decepciones. Saber valorarlas y emprender el camino de reconstrucción nos ofrece una serenidad apreciativa de nuestro constante proceso de cambio y crecimiento; y, eso, se ve en nuestros ojos y en la actitud con la que caminamos por la vida; esa que veo en las personas que me encantan y por las que he empezado este escrito: las que caminan con orgullo exhibiendo sus cicatrices de oro.

Cierro esta entrada con una cita que refleja bien la reflexión de hoy:

«El mundo nos rompe a todos, y después, muchos son fuertes en los lugares rotos». Ernest Hemingway

¡Gracias!

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo

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