La Inteligencia del Sabio
Corrían los años 90 y yo era una recién licenciada en Psicología, con ganas de seguir aprendiendo y bebiendo de todas las fuentes. Se celebró un congreso internacional en Zaragoza de Psicopedagogía, al que acudían todos los Grandes, esos que cuando estudias en la Facultad crees que están bajo tierra hace años o que crían canas, por eso de la distorsión cognitiva de creer que las grandes Teorías son de los grandes intelectuales del pasado.
Y allí estaban Grandes como Feuerstein y Robert Sternberg, los leídos y estudiados en esos tremendos «tochos» a estudiar para examen. Y aprendí una gran lección que voy a intentar reflejar en esta entrada. Para quien no lo conozca, Sternberg, de la Universidad de Yale, es uno de los grandes de las Teorías de la inteligencia. No me extiendo y dejo el enlace para los curiosos que quieran conocer sus Teorías y sus obras, porque lo que quiero contar aquí, fue eso que no se escribe en los libros y que te enseña para siempre. https://es.m.wikipedia.org/wiki/Robert_J._Sternberg
Con la mirada de una jovencita que miraba a los grandes desde abajo, descubrí a un hombre cercano, jovial, alegre y que se relacionaba con todos los que allí estábamos como si fuéramos colegas de Yale o del colegio de enfrente (tengo la sensación de que le daba igual). Y como buen Congreso internacional, mientras el resto de ponentes desaparecían cuando llegaba la hora de comer, para hacerlo en un hotel de lujo e imagino con compañías ilustres, Sternberg se quedaba en el Pignatelli, pues era allí donde se celebraba al Congreso, compartiendo mesa a todos los que allí estábamos, en modo «zafarrancho» claro, cogiendo nuestras bandejas para buscar un sitio donde se pudiera y en unas sillas de esas que están hechas adrede para que no te quedes mucho tiempo de sobremesa. Me pasó, sin buscarlo, fruto de las coincidencias supongo, que se sentó frente a mí para comer. Cómo podéis imaginar, los que estábamos allí, le llenábamos a preguntas y al pobre no le dejamos apenas degustar las exquisiteces de su bandeja.
E hice la pregunta, esa, cuya respuesta me ha marcado durante toda la vida y que me enseñó tanto y que he podido comprobar empíricamente sobre la inteligencia y la sabiduría. La pregunta fue: «¿Por qué no te vas a comer con el resto de ponentes y te quedas aquí con nosotros? Seguramente estarán disfrutando de una buena comida y un buen vino» A lo que él contestó: «Lo que ellos tienen que contarme ya me lo sé; lo que vosotros me decís y me enseñáis, no». Y allí aprendí que los grandes sabios y las personas inteligentes lo son porque escuchan, porque nunca creen saberlo todo y porque lo hacen con la palabra mágica que los estúpidos desconocen: Humildad.
Y desde entonces me he fijado en todas las personas que me he encontrado en mi trayectoria personal y profesional y nunca falla. Las personas más potentes, inteligentes y sabias que he encontrado en mi vida son humildes, cuestionan sus Verdades y se nutren de otros desde la curiosidad y la generosidad recíproca.
Ligándolo a la Teoría sobre la estupidez humana de Cipolla, (ver en https://es.m.wikipedia.org/wiki/Carlo_Maria_Cipolla,), quien defiende que uno de los problemas de los estúpidos es que no saben que lo son, viene mi recuerdo de que al menos la mayoría de los inteligentes y sabios, sí saben que lo son, solo que no alardean de ello y pasan muchas veces desapercibidos a los ojos del resto, sobre todo de los estúpidos.
Corrían los años 90 y como si de una estrella del rock se tratara, colgué mi foto con Sternberg, robada con una máquina de carrete, de las de antes, visible para no olvidarme de lo esencial y lo que debía admirar e intentar imitar, siempre.
Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo de Talento
https://www.linkedin.com/in/patriciatisner/
5 julio, 2020 at 11:40 pm
Brutal!!!
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