«Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. Y a la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.- El mundo es eso – reveló -.Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno que ni se entera del viento y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros, otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear y quien se acerca, se enciende».  Eduardo Galeano, El libro de los abrazos

Hace unos días tuve el honor de compartir mesa con una persona brillante, de esas que con su luz propia nos dejaba a los comensales boquiabiertos escuchando con todos los sentidos un discurso inteligente y de una cultura desbordante, y que a mí personalmente me provocó y removió internamente numerosas reflexiones; pero sobre todo surgió en mí la necesidad de contar, compartir con otros, esa experiencia cognitiva y emocional y ese impacto inexplicable en mi persona que pocas personas han conseguido en mi vida. Solo sé que esa noche me fui a dormir agitada en mis pensamientos, reflexionando sobre la inteligencia humana, la cultura y educación tan necesaria en nuestros días, pero sobre todo, el humanismo desprendido en cada una de las palabras escuchadas. Me sentí tan pequeña, me sentí tan ignorante, sentí que jamás alcanzaría algo tan grande, pero al mismo tiempo me sentí brillar, me acosté llena de luz, porque esa persona brillante, que solo lo puede ser porque en su inteligencia y sabiduría es cercana y humilde, compartió conmigo parte de su conocimiento y lo más importante, parte de su persona y de su luz .

A mis personas cercanas tuve que contar mi experiencia, porque lamentablemente no es algo que ocurra con frecuencia encontrar y compartir con personas así, y no es casualidad que los comentarios recibidos de su huella fueran similares a mi apreciación.

Esa noche me vi nadando como lo hice hace tres años en la famosa Laguna luminosa” o Glistening waters de Jamaica donde estaba pasando mis vacaciones. Una experiencia única y que solo existen 5 lugares similares en el mundo, siendo la de Jamaica la más brillante de ellas. Se trata de un fenómeno natural que sucede por una reacción química llamada “bioluminiscencia”, que es la producción y emisión de luz por parte de un organismo vivo y que suele ocurrir cuando ese organismo se expone al oxígeno en el agua del mar. Estos organismos unicelulares, microscópicos, llamados “dinoflagelados” viven donde se funden las aguas dulces con las aguas saladas. Ante cualquier movimiento o perturbación emiten una luminiscencia de un color azul verdoso neón brillante y en la laguna habitan millones de ellos. Bañarse de noche en la Laguna es como bañarse en un millón de diminutas estrellas que se iluminan en nuestro movimiento y te siguen allá donde vas, haciendo que toda tu persona, toda tu piel brille y se ilumine. Es una experiencia alucinante y única para no olvidar. Sentir que brillas, que dejas un halo de luz a tu paso es una experiencia que bien vale el símil para el ejemplo con el que he empezado esta entrada. Porque yo esa noche, como en día en que nadé en la laguna, brillé y me sentí brillar, pero no era mi luz, sino la de la generosidad de quien la comparte. En el caso de los microorganismos de la Laguna, dicen que es por un mecanismo defensivo; en el caso de las personas es un acto de generosidad, humildad, inteligencia, sabiduría, humanismo y de cultura.

Hace ya muchos años descubrí que las personas sabias e inteligentes lo son porque son conscientes de todo lo que les queda por aprender, porque son humildes y generosas cuando comparten su luz ( escribí sobre ello en mi entrada «La inteligencia del sabio«); seguramente muchas veces no serán ni conscientes de que brillan tanto, porque precisamente brillan por ello. No he encontrado nunca en mi vida a nadie arrogante, soberbio o con un ego desmedido, que brille; estos últimos, cuando brillan, normalmente es porque alguien les ha dado esa luz, pero cuando desaparece de su lado, vuelve la oscuridad. Hay personas que brillan con luz propia como los microrganismos de la Laguna luminosa; otros se nutren de esa luz ante la incapacidad de crear la suya. Y como en el caso de estos microrganismos que lo hacen al mezclarse el agua dulce con la salada, las personas brillantes lo son cuando son abiertas de espíritu y son capaces de mezclar la diversidad y toda fuente de conocimiento en una sola, haciéndolo desde la apertura al aprendizaje, al espíritu crítico y a la escucha permanente.

Tener luz y poder compartirla con otros, es lo que hace a las personas brillantes serlo, porque una persona brillante es aquella que hace brillar a otros.

Esa noche nadé de nuevo en una Laguna que me iluminó, porque me provocó de nuevo recordar quién soy, lo que valoro y seguiré valorando siempre, lo que he de seguir y admirar, separar bien los diferentes brillos y fuentes de energía de mi alrededor y recordarme siempre dónde he de encontrar mi propia fuente de producción de luz. ¡Gracias por ello!

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo

https://www.linkedin.com/in/patriciatisner/

Canal de youtube  Patricia Tisner

SONRÍE-T Sección creada con el objetivo de recoger experiencias a partir de los debates creados en un grupo al que pertenezco y que me anima a escribir artículos de Psicología para difundir aspectos concretos de la misma, de mi experiencia, reflexiones y las de otros.