“Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas. Que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos”. Miguel Delibes, en La sombra del ciprés es alargada (1948)
Esta semana un amigo me envió esta cita de Miguel Delibes, pues sabe de mi gusto por el análisis profesional de las numerosas frases, sentencias y aforismos que circulan por las redes y sobre las que navego a vista de pájaro compartiendo en la mayoría el mensaje, que no en todos; viendo en la mayoría de ellos argumentos muy bien fundamentados en los principios básicos de la Psicología científica y que se envían en mensajes directos y contundentes sobre formas de actuar y proceder en nuestras relaciones sociales y vínculos afectivos. Estoy convencida que muchos de esos mensajes se envían a personas concretas que no han escuchado o visto las realidades diferentes y han causado algún tipo de daño en el que las escribe; y escribirlas y gritarlas es liberador, pero es muy probable que a quien va dirigido no llegue, pues da a ese mensaje las cualidades que su mente ya le dio en su momento y no se abren otros «estados del alma«.
Esta cita me llevó a una conversación muy interesante con este amigo, discutiendo sobre las bases en las que se sustenta científicamente esta apreciación del gran maestro y referente Delibes, que no es otra que las leyes de la Percepción que abordamos en Psicología o sobre la eterna pregunta sobre la existencia de la realidad y nuestra percepción de ella; y vinieron a mí las últimas entradas en mi blog defendiendo la existencia de la Filosofía como materia en la Educación, pero también impregnando todas las disciplinas académicas que se abordan desde la enseñanza, por eso del espíritu crítico y la importancia que tiene en el desarrollo de las capacidades cognitivas que deberían ser fundamentales en los procesos de aprendizaje y en el crecimiento hacia la edad adulta. Y fue cuando vino a mí esa lectura obligada en Bachillerato de «Los Santos inocentes» o la lectura en COU de «Cinco horas con Mario», complementada con la soberbia puesta en escena de dicha obra en el teatro Olimpia de Huesca por parte de la actriz Lola Herrera, (si no me equivoco, corría el año 1987) y que no olvidaré nunca por lo difícil de dicha interpretación en solitario y por la profundidad de las palabras y el mensaje potente que Delibes nos envió.
Quizás Delibes se me ha quedado en la memoria tras tantos años por el estoicismo, valores y autoexigencia que impregna todas sus obras; o quizás, por el grito constante que hace a través de ella defendiendo la individualidad del ser humano, el desarrollo personal propio y el cuestionamiento del pensamiento colectivo como anulación del pensamiento flexible y miradas diferentes. En su obra «Cinco horas con Mario» deja bien reflejado este pensamiento cuando la esposa de Mario, hombre rígido e intransigente, le dice: «Y no es eso, Mario, calamidad, que para vivir en el mundo hay que ser más flexible, tener un poquito de correa, que mucho predicar tolerancia y después hacéis lo que os da la realísima gana…»
Y es que, como yo suelo decir en mis clases de Comunicación, cuando intento abordar la percepción individual y los filtros cognitivos, así como la empatía como modo de proceder inicial para intentar crear una comunicación eficaz, suelo decir en tono de humor, «La realidad está ahí fuera…» recordando aquella famosa serie de mis tiempos, «Expediente X», en un intento de transmitir que la realidad puede que esté ahí, pero la realidad percibida es nuestra, de cada ser humano, individual. Y solo desde allí, desde esa conciencia y autoconocimiento del sesgo es posible que se abran las puertas para empezar a comprender las realidades del «otro», base para la empatía y para la construcción social, no desde el dogmatismo, el pensamiento único y la masa.
Pero sobre todo, la cita con la que he comenzado este escrito me ha llevado a detenerme, apreciar y gritar tantos y tantos momentos vividos con personas de mi entorno, que me suman y potencian en mí la alegría de mi alma para ver en las pequeñas cosas, en los detalles mínimos, en los escenarios más diversos, la mayor de las bellezas a pesar de las cualidades dadas de inicio. Una conversación en un parking, un abrazo en la calle, un mensaje bonito en el más «feo» de los entornos, en los momentos más estresantes, unas risas espontáneas o provocadas ante el más insignificante de los objetos a quien dotamos de vida propia y de un sentido emocional, de pertenencia, de identidad, o un restaurante con solera y encanto que lo tiene por el valor de quien te acompaña a la mesa. Esa es la razón por la que hay personas que pueden llegar a dotar de cualidad cinco estrellas a un «Todo a 100» como lo harían comprando en Tiffany.
Es en la alegría del alma, en el color del alma, en las gafas que utilizamos, donde está la cualidad de cada objeto, de cada momento vivido como bien decía Delibes y así justifica la Psicología científica. Y quizás no es para todos; los habrá quien nunca sea capaz de tener mirada diferente a su realidad desde la intransigencia e inflexibilidad, pero así es la vida, porque no todo el mundo sabe cómo salir de esa realidad más allá de sí mismo; no podemos esperar de todos lo que nos gustaría y eso también es flexibilidad; reconocerlo, aceptarlo, acercarse o huir sí que es una decisión individual.
Como reza un proverbio taoísta compartido por mi admirado Pablo Rico en redes, “No podemos ver el color del cántaro porque estamos dentro de él”… Hay personas que saben asomarse desde fuera y los hay que nunca saldrán de él…
¡Gracias!
Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo
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Canal de youtube Patricia Tisner
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