«¡Confiad! Dejaos guiar. Vais a entrar en un espacio en el que hay una mesa en la que nos vamos a sentar; no os preocupéis por no ver, vais a tener al lado a una persona que os indicará en todo momento… Ahora, ya sentados delante de una mesa en forma de U; no podéis verlo, pero tenemos unos ventanales que dejan entrar mucha luz y unas vistas impresionantes. Delante de vosotros tenéis cinco copas diferentes…. Deslizad vuestra mano con cuidado sobre la mesa e identificad su ubicación…»
Así comenzaba una impresionante experiencia vivida el pasado lunes, gracias a la invitación de la Fundación Eurofirms a la Fundación Sesé donde trabajo, para participar de una cata a ciega junto a otras empresas invitadas. No develo más del proceso, pues me convertiría en una spoiler de lo que allí se produce y sesgaría cualquier experiencia futura de quien me lea y en el futuro pudiera vivir la experiencia. Pero sí que tuve claro que lo vivido y su mensaje debían ser el tema de mi entrada de hoy.
Vivir una experiencia a ciegas, con un antifaz puesto durante más de una hora, sin el sentido de la vista, ese que se nos da de forma natural y que solo valoramos si se nos quita, me abrió a la conciencia plena y a la necesidad de poner atención a lo que otros sentidos nos ofrecen en la percepción global de la realidad y que nuestro cerebro se ocupa de seleccionar, filtrar e interpretar.
Despertar los sentidos del gusto, del oído y del tacto fue la principal misión de mi cerebro puesto en situación ante la falta del gran sentido de la vista que nos sitúa y nos sesga en igualdad de condiciones a la experiencia. Pero desde el principio, me situé en otra dimensión, en la de abrirme a la experiencia en sí misma, a vivirla y a sentirla, a escucharla en su plenitud. Quizás buena culpa de ello tenga mi viaje interior iniciado hace un tiempo; gran culpa la tiene también Pablo Rico cuando me enseñó cómo debía abordar la experiencia del Arte en una exposición el verano pasado desde lo que yo sentía y lo que a mí me transmitía y no a la inversa. Así viví también el concierto ofrecido por Nicola Benedetti hace unas semanas en el auditorio de Zaragoza, cuando me vi cerrando los ojos para sentir lo que sus manos acariciando el violín me transmitían. Sea lo que fuere, todo vino a mí y me dejé llevar, confié y sentí en esa cata a ciegas y en el despertar de los sentidos. Muchas experiencias últimamente que me llevan todas a un único punto.
Siempre en mis clases cuando he impartido clases de Percepción y Cognición, explico los sesgos cognitivos, la atención que lo selecciona todo y la percepción como gran filtro de lo que luego hemos de procesar a nivel cognitivo, sentencio con una frase «No vemos con nuestros ojos, sino a través de nuestros ojos», poniendo toda la atención a que los sentidos no dejan de ser una entrada de información, que luego el cerebro se encarga de procesar. Y ello se aplica a todos los sentidos, siendo el de la vista el sentido mayor programado según la ciencia para situar en la realidad y en el juicio previo. Buscando un elemento de apoyo a la experiencia vivida, me he encontrado con un estudio de la Universidad e Burdeos (Francia), The Color of Odors, donde se expuso a expertos enólogos a un experimento en la cata de vinos, engañando el sentido de la vista al colorear vinos blancos para tener la apariencia de vinos tintos. El resultado fue que el 100% de los expertos sommeliers se refirieron a los vinos blancos como si fueran tintos. Sí, expertos en la materia no supieron identificar qué tipo de zumo de uva estaban catando, demostrando la importancia del sesgo visual en la interpretación de la realidad. Invito a su lectura.
Sí, confiamos más en lo que vemos que en lo que oímos, tocamos o probamos ya que nuestro cerebro está programado para ello. No en vano es el sentido de la vista el que ha garantizado la supervivencia de la especie en gran medida. Con tanta fuerza que tiene el sentido de la vista en la interpretación de la realidad, la ausencia de este sentido, eliminarlo durante unos instantes, puede ser un ejercicio muy interesante para despertar al resto, para eliminar prejuicios y para no creer «a ciegas» en todo lo que se ve. Pero más importante de todo, aplicarlo al resto de los sentidos y dejarnos «sentir» puede ser el mayor ejercicio de todos los que podemos proponernos. No en vano y también es algo que sentencio en mis clases o charlas de Maya Angelou y que tiene buena base científica, «Olvidamos lo que nos han dicho, pero jamás olvidamos cómo nos han hecho sentir«. Aplicado al mundo de las personas y de las relaciones, en nuestras interacciones, invito a reflexionar en lo que provocamos y nos provocan las personas, más allá de lo que vemos u oímos, porque en cómo hacemos sentir o cómo nos han hecho sentir hay una información mucho mayor que la de la percepción sesgada y filtrada por nuestro gran cerebro programado para que así sea. Y aquí cobra todo el sentido esa expresión de que «No hay mayor ciego que el que no quiere ver«
Y es información real, muchas veces difícilmente descriptible, pero real, porque llega directamente al corazón, así que confía en él y déjate guiar.
“Lo esencial es invisible a los ojos” Antoine de Saint-Exupéry
Muchas gracias a Fundación Eurofirms y a Fundación Sesé por permitirme sentir la experiencia 🙂 ¡No la olvidaré!
Patricia Tisner Laguna – Psicóloga Organizaciones Formación y Desarrollo
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