Hace muchos años vivía un rey que era comedido en todo excepto en una cosa: se preocupaba mucho por su vestuario. Un día oyó a Guido y Luigi Farabutto decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto, no había prenda alguna sino que los pícaros hacían lucir que trabajaban en la ropa, pero estos se quedaban con los ricos materiales que solicitaban para tal fin.
Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a verlo. Evidentemente, ninguno de los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.
Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile, sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.
Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje, temerosa de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo:
«¡Pero si va desnudo!»
La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo oyó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile
El traje nuevo del emperador también conocido como El rey desnudo, es un cuento escrito por Hans Christian Andersen cuya publicación data de 1837 y que tiene más aplicación que nunca hoy. La historia nos cuenta en modo de fábula cómo nos comportamos de forma social en lo que la Psicología científica ha demostrado ya sobre “conformismo social”; escribí sobre el tema en el artículo “Sí, conforme” referenciando los estudios de Milgram y Asch sobre ello e invito a su lectura a quien desee indagar más sobre el tema
Escribir cada semana una entrada en mi blog me ofrece no solo el beneficio terapéutico que ofrece la escritura, sino la posibilidad de obtener comentarios que me provocan numerosas reflexiones y también interesantes conversaciones con amigos y conocidos que no llevan a otro camino que el siempre dinámico, asombroso e ilusionante proceso de aprendizaje continuo y la creciente necesidad de seguir provocándome y provocando a otros.
Este fue el caso tras mi última entrada del 9 de enero, “Divide y vencerás”, cuando un querido amigo me envió esta fábula del emperador, en referencia a los comportamientos sociales irracionales a los que hacía referencia. Y cómo, los seres humanos nos comportamos según lo hacen otros a pesar de que nuestras percepciones nos indiquen una realidad diferente. Esta y otras realidades psicológicas como las atribuciones causales me llevan a la reflexión de hoy .
Lamentablemente, pocos son los que se atreven a decir al emperador que está desnudo, aunque sus ojos les muestre dicha realidad; por conformismo social o por temor a las inciertas repercusiones, lo más cómodo e incluso a veces inteligente, puede ser seguir la corriente y actuar según lo esperado, adulando de las hermosas sedas y prendas invisibles e inexistentes a quien queremos mantener en su rol y al mismo tiempo en el nuestro. Ser condescendientes y no “meterse en problemas” suele ser la conducta más habitual, que por ello no deja de ser la más hipócrita y más desleal ante quien nos mostramos como fieles y leales servidores, sean líderes, compañeros o amigos, pero también a nosotros mismos. Ser leal es decir lo que nuestra percepción dice que es, tanto lo bueno como lo que no es, a riesgo de que nuestras cabezas sean cortadas y nuestros juicios posiblemente equivocados o al menos sesgados por nuestros innumerables filtros cognitivos.
Si el emperador es sabio, inteligente y mantiene su humildad intacta, mantiene su capacidad de escucha y sabe reconocer a sus fieles y leales compañeros de viaje, sabrá también a quién creer de entre la multitud social aduladora, seguramente inducida por lo social, pero también por intereses propios e individuales, enmascarados en cómodos intereses sociales y de grupo. Tener a alguien a tu lado que pueda decirte que estás desnudo cuando es así o halagar las finas sedas de tus vestidos cuando así brillan, es tener un tesoro al que muchos, quizás por arrogancia, quizás por incompetencia, quizás por ambas, no quieren o no pueden ver. Tener a alguien a tu lado que te muestre tu desnudez y también reconocer a quién puedes decir que lo está cuando todos ven finas sedas, es entonces tener un diamante de valor incalculable y garantía de fuerza, dureza y permanencia en el tiempo. El problema es cuando digan que estás desnudo y no lo quieras ver o creer…
¡Gracias!
Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo
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