Esta frase, atribuida a Julio César (Divide et impera), resume la estrategia hábil y muy utilizada en todos los ámbitos sociales, políticos y organizacionales con diferentes fines. En unos casos, como estrategia para derrotar al enemigo, creando en los grupos confrontación y así debilitar cualquier opción de unión y fuerza defensiva o atacante. En otros, en las técnicas psicológicas utilizadas para ayudar al proceso de toma de decisiones, esta técnica se utiliza como modo de resolver problemas, dividiendo los mismos en las partes más pequeñas posibles y así abordarlos de forma más realista y eficaz. En el primer caso se ve una estrategia de batalla bastante mezquina al utilizar la debilidad creada en el contrincante en lugar de la fuerza propia en el que «todo vale» para ganar una guerra. En el segundo caso, al contrario, es utilizar el problema en sí mismo como objeto de fuerza a quien lo aborda. Hacerla tangible, manejable, operativa, permite su análisis y acciones reales en lo que a priori podría haber sido absolutamente inalcanzable para una solución eficaz y que muy posiblemente terminaría en inacción por indefensión.
Traigo esta reflexión a mi entrada de hoy ante la incertidumbre real de lo que ha pasado estos días festivos de absoluto caos en la población en cuanto a la gestión COVID se trata. De un día a otro, pasamos de una cierta normalidad a un colapso social provocado por la demanda y necesidad vital de realizar pruebas de antígenos caseros y comprobar la infección del virus propia y ajena, para decidir si acercar o alejar a familiares, amigos y compañeros de trabajo. Me recordó la compra impulsiva de papel higiénico en los días previos al confinamiento y desde mi punto de vista, una irracionalidad compulsiva que ha llevado a la saturación de los centros de atención primaria, a la indefensión por parte de la población al quedar en sus manos el autodiagnóstico «fatal» que hiciera acercarse o alejarse de sus seres queridos, esos mismos que seguían llevando una cierta vida «normal» asistiendo a diferentes lugares de trabajo y ocio como de costumbre. Han sido muchas las paradojas que he presenciado o han llegado a mis oídos de situaciones en las que se ha dejado solo a un familiar en los días señalados, mientras este estaba asistiendo a sus clases de gimnasia diarias o recibiendo en su salón a vecinos que calmaban sus ratos de soledad. Y no se malinterprete lo que quiero decir, pues las medidas preventivas deben estar siempre por delante para alcanzar la tan ansiada normalidad y porque la vida y la salud debe ser prioritaria. Lo que quiero analizar es el comportamiento de grupo, de masa, la compulsión desmedida que ha provocado la falta de existencias y encarecimiento de las ansiadas pruebas, el cierre de nuevo de locales mientras se han buscado alternativas, las incoherencias en las medidas en unos u otros centros públicos y privados, en unas u otras Comunidades que han generado más incertidumbre e ignorancia que otra cosa en lo que la población podemos o no podemos hacer. He vivido en persona estos días entrar en un hospital varias veces sin que nadie me haya siquiera preguntado o parado, mientras en otros lugares se está obligando a solicitar el certificado de vacunación a clientes. Y, sobre todo, invito a quien lea esta entrada a pensar si conoce en su entorno alguna familia o grupo en la que no haya existido el conflicto por la divergencia de opiniones respecto a este asunto. Yo conozco no uno, sino varios casos en los que la discusión ha estado presente en las mesas navideñas, ante un problema de desconocimiento real sobre qué hacer y en el que el miedo, sobre todo el miedo ante la posible culpabilidad de un contagio y sus posibles consecuencias, ha sido la constante.
El miedo a ser señalados con el dedo; ese ha sido el gran punto débil que ha resquebrajado cualquier opción de unión y de grupo, gritando en unos casos el positivo, ocultándolo en otros y señalando y cuestionando opiniones divergentes en muchos, cumpliéndose eso de «Divide y vencerás». No sé quién ha vencido, pues aun así los contagios se han multiplicado; lo que sí sé es quién ha perdido.
Como observadora que he querido ser durante estos días de este proceso, me ha llamado la atención ese comportamiento social, la opinión y postura entre vacunados y no, cada uno con argumentos cada vez más fuertes y en muchos casos argumentados por numerosos «estudios cuentíficos» bien contradictorios pero que dan la razón a todos. Ha habido quienes se hacían pruebas y quienes no, quienes se han encerrado en casa con un miedo atroz y quienes han querido ser más libres y rebeldes que nunca. La polémica está servida; lo que pasa es que en unos casos queda en la intimidad de los pequeños grupos familiares y organizacionales, más débiles y rotos; y en otros, como el del famoso tenista Novak Djokovic y su situación en el Open de Australia no ha hecho más que poner en las portadas divulgatuvas la divergencia de opiniones y el conflicto subyacente de opinión ante el gran problema al que llevamos ya casi dos años enfrentados.
Quizás sea el momento de empezar a trabajar desde el «Divide y vencerás» en la segunda acepción con la que iniciaba esta entrada y empezar a dividir el problema en sus trozos pequeños para abordarlo con eficacia; quizás sea este el momento para que la población analice su comportamiento racional e irracional y empujen a que las autoridades y Administraciones se detengan a mirarse en sus modelos de gestión y eficacia. Cambiar y empezar a trocear el problema; quizás sea la hora de empezar a trabajar como grupo y con un objetivo común empezando por un buen autoanálisis y autodiagnóstico «en positivo», porque ante la incertidumbre y la división, el único que gana es el «bicho» que es nuestro real enemigo.
¡Gracias!
Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo
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