“No son los más fuertes de la especie los que sobreviven ni los más inteligentes; sobreviven los más flexibles y adaptables a los cambios”. Charles Darwin. El origen de las especies. 1962
Esta semana ha cogido protagonismo la palabra “resiliente” al haber sido incorporada en el propio título del Plan de Presupuestos del Estado y nombrada en innumerables ocasiones por nuestros Gobernantes. Así que, inevitablemente, me he sentido impulsada desde diferentes ámbitos para escribir sobre tal importante concepto atribuido a la Economía, anteriormente utilizado en Física de los materiales y posteriormente integrado en las Ciencias Sociales por Rutter en 1972, llevándolo a las personas y sus capacidades de cambio. Palabra mal interpretada en muchas ocasiones y utilizada con cierta frivolidad en muchos casos por lo que de competencias personales implica, más allá de mensajes de autoayuda que encontramos en innumerables post de internet, que, más que dar valor al concepto, no han hecho más que denostarlo.
Con la intención de darle el valor que tiene en el campo de la Psicología a pesar de ellos, voy a intentar esclarecer lo que la resiliencia implica. Comencemos por su origen; del latín “resilio” , significa rebotar, dar un salto para volver a la normalidad. Si tenemos en cuenta el concepto etimológico e incluso su aplicación en la Física, no sería el término más adecuado para utilizar en lo que la Psicología implica, pues no se trata de volver atrás, al estado original de normalidad, sino de crear una nueva, desde el aprendizaje de la experiencia vivida. Es decir, la resiliencia implica ya no ser aquella persona que dejaste atrás, sino ser otra más fuerte, más poderosa y de bagaje. Si tomamos el significado en el campo de la Física, sería “la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”. La resiliencia para el ser humano es crear y construir algo nuevo, no a lo que fuiste, porque te has transformado.
Quizás es desde aquí, desde este significado, desde el que se acuñó en la Pandemia el concepto de “nueva normalidad”, concepto que me he negado a utilizar en cuanto a lo social se refiere y por ser precisamente un concepto individual e interior de cada persona, no se puede planificar ni generalizar ni tratar frívolamente, por lo que implica de coger las riendas de tu propio destino, de tus circunstancias y aprender de ellas. El tema fundamental es distinguir qué sí y qué no está en nuestras manos para cambiar.
Y si algo creo que no es discutible, es que esta pandemia ha puesto a prueba a cada persona en sus circunstancias ( “Felicidad en tiempos de COVID”) y no es algo que se pueda planificar, porque no todos estamos viviendo las mismas circunstancias y es fácil abordarlo o recomendarlo desde posiciones acomodadas, no para quien lo vive en sus circunstancias y procesos.
Podríamos decir que resiliencia es la capacidad que tienen las personas para sobreponerse a situaciones adversas, a lograr objetivos a pesar de las circunstancias o experiencias duras vividas. Tenemos en la literatura y en el cine numerosas obras que abordan la resiliencia y la fuerza del ser humano más allá de lo imaginable; películas que todos conocemos como “En busca de la felicidad” , “Million dollar baby”, entre otras muchas que seguro llegan a nuestra mente, muestran la gran capacidad del ser humano de superarse, adaptarse a la nueva situación y salir fortalecido.
¿Qué nos hace resilientes? ¿Todo el mundo tiene la capacidad para ello? ¿Podemos serlo sin ayuda?
La resiliencia en Psicología es un concepto individual, de cada persona, de sus habilidades y competencias emocionales para construir su nueva realidad, de ”control”, y no es precisamente control de la situación lo que tenemos, pues estamos más sujetos que nunca a decisiones externas, impredecibles y de incertidumbre constante, por lo que a la resiliencia se le pone complicado en lo que a personal se refiere 😉 Sin embargo, y aun así, somos espectadores de muchas personas que están cambiando, que están y saldrán fortalecidas de esta experiencia; que, además, lo harán ayudando a otros a nivel personal, familiar, en el trabajo y en las empresas, que inundarán de fortaleza y optimismo lo que toquen, simplemente porque están construyendo y saliendo más fuertes. Y a todos nos gustaría vernos así y nos preguntamos qué es lo que las hace diferentes. Iremos a sus atribuciones y a su inteligencia emocional y social, a sus aprendizajes previos y sus estrategias de afrontamiento en situaciones similares en el pasado, y allí, quizás encontremos la clave. Mientras, otras, caerán y bloquearán el cambio desde esa parte emocional, donde el miedo, ese estado emocional que puede con casi todo actuará en su máxima expresión. No todo el mundo es resiliente y no, no todas las personas son capaces de hacerlo así, ni tienen las estrategias de afrontamiento necesarias para ello; porque como muchas veces repetimos los profesionales de la Psicología, muchos son los elementos individuales psicológicos que se ponen en juego y ello aplica con mayúsculas en la habilidad resiliente.
El comportamiento resiliente en las personas tenemos que buscarlo en muchos elementos de nuestra psique tanto cognitivos como emocionales, tomando una vital importancia aquí el concepto de “atribución” ya tratado en anteriores post y por supuesto el de inteligencia emocional, con todo lo que ello implica de complejo. Y de allí que veamos grandes diferencias individuales en la forma de afrontar los mismos hechos, también en la gestión de sus disonancias cognitivas.
En lo que al aspecto cognitivo se refiere, tenemos que ir al tipo de atribución que le vamos a dar a la situación difícil o circunstancias adversas; y recordemos que aquí, no todos atribuimos de la misma forma ni le damos el mismo procesamiento cognitivo o tratamiento. La clave está en el tipo de atribución y si se cree que se puede coger las riendas (locus de control); es decir, el cambio empieza por el papel activo de la persona y la interpretación cognitiva que ese cambio implica; consiste en asumir, tomar decisiones, mirar el problema de frente y empezar a construir activamente desde el interior, para luego integrar en el sistema cognitivo el aprendizaje de forma correcta y positiva, hacia un nuevo Yo, nutrido del aprendizaje que el proceso le ha llevado. Y no se trata exclusivamente de superar la situación, sino de hacerlo de forma correcta, de forma constructiva y allí las competencias emocionales tienen mucho que decir. Y no todas las personas están preparadas si no se tienen las estrategias de afrontamiento adecuadas, ni tampoco cualquier persona nos puede ayudar a emprender el camino por muy buenas intenciones que haya de amigos, compañeros o familia, entre otros. Habrá que diferenciar en este sentido el “efecto placebo” o “efecto colchón” positivo en lo que apoyo social se refiere de lo que es la intervención psicológica profesional, que puede ayudarnos a empezar a construir ese camino individual de reconstrucción sana y positiva de los acontecimientos.
Empezar a ser resiliente empieza por iniciar o continuar un proceso de autoconocimiento potente, ayudarse y ayudar del y en el entorno social, desarrollar sentido del humor y una visión diferente de los hechos, manejar la presión adecuadamente, superar la tristeza, que no ocultarla, porque es necesario sentirla para reconocerla y utilizarla como fuerza motriz del cambio, coger el problema y manejarlo mirando al frente, asumiendo la responsabilidad individual con lo que ello implica de asumir también las consecuencias; se trata de elegir correctamente e iniciar el proceso complejo de infinidad de procesos emocionales y cognitivos que implica. Una persona resiliente empieza haciendo todo eso de forma asertiva, pidiendo ayuda, verbalizando sus emociones, desde la proactividad, el optimismo y de ayuda a los demás en el proceso de ayuda a sí mismo. Y, esto no es fácil, nada fácil y ningún libro de autoayuda ni ninguna persona de buenas intenciones puede iniciarnos en el camino que empieza en nosotros mismos.
Rememorando a Carl Jung (1961), “Aquello a lo que resistes, persiste” y “El que mira fuera, sueña; el que mira en su interior, despierta”
Y buscando sobre la similitud de las piedras que encontramos en el camino, he encontrado un ejemplo que puede representar bien el concepto.
La Piedra
El distraído tropezó con ella
El violento la utilizó como proyectil
El campesino cansado la usó como asiento
El emprendedor construyó con ella
Para los niños fue un juguete
David mató a Goliat y
Migue Ángel le sacó la más bella escultura
En todos los casos, la diferencia no estuvo en la piedra, sino en la persona.
Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo de Talento
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