Llevo varias semanas perseguida por un concepto tan complejo de analizar como fácil de decir y nombrar: «la cultura organizacional«. Una realidad compleja que intentamos simplificar con atajos cognitivos para llegar a entender, como lo hacemos cuando usamos el concepto «selva» para referirnos a ese complejo ecosistema que la madre naturaleza dirige en un perfecto equilibrio, con sentido y afán de supervivencia.

La cultura organizacional se define como la personalidad de la empresa, el ADN de la misma que recoge las políticas, valores, acciones y actitudes que definen a la organización y dirigen el comportamiento de los integrantes y en sus procesos decisionales.

Teniendo en cuenta que las organizaciones las conforman personas y que éstas, todas y cada una de ellas tienen un ADN único, que les guía, es harto difícil conformar una cultura corporativa única; es todo un reto. Una empresa es lo que son sus personas y en esa maraña de diferencias individuales, personalidades únicas y valores diferentes, conseguir crear un ADN único es como intentar que en la selva un jaguar se comporte como un pez o un tucán. Si acaso el pez podría actuar de alguna manera similar si de una piraña se trata, pero ni siquiera en ese caso el medio y el objetivo, la forma de hacer es similar.

Hace unos años tuve el privilegio de viajar a la selva amazónica; pude navegar por ese gran Río Negro, pasear por una senda bien definida por el guía ante los peligros que acechaban, pescar pirañas y acercarme sigilosamente y con el cuidado que requiere a la vida de los caimanes de noche o disfrutar de un espectacular paseo al amanecer por donde habitan las peligrosas anacondas. Lo mejor de toda la experiencia fue conocer a una pequeña tribu de humanos, superviviente en esa selva y en la de la mal llamada «civilización» que les acecha a ellos y a su entorno. Siempre guardaré en mi retina la visión de aquel niño descalzo, paseando sobre esas hormigas «piconas» que a mí me habían vuelto loca a pesar de los cuidados de mi atuendo, y que pareciera no sentir esas mordeduras que a buen seguro recibía de esos minúsculos pero potentes y dañinos seres. ¿Quizás no le mordían como a mí? Seguramente sí, pero él era parte del ecosistema, formaba parte del entramado equilibrio de esa compleja estructura en la que la adaptación al medio era sinónimo de supervivencia. Sea como fuere, me llamó la atención esa sonrisa, esa carita de felicidad de estar en su lugar, en su sitio, en el lugar al que pertenecía. La personalidad de esos seres humanos compartía ADN con su selva, su casa, su ecosistema. Ambos se necesitan para sobrevivir, al igual que toda esa gran diversidad de flora y fauna que, en sus juegos de equilibrio, conforman la gran estructura de ese gran hogar verde lleno de misterios, belleza y peligros.

No en vano cuando no tenemos controlado algo de nuestro entorno, nos decimos a nosotros mismos «estar en la selva», no porque esté perfectamente orquestada, sino porque no la conocemos y controlamos y por tanto, no sabemos movernos por ella. Recuerdo en uno de los paseos por el inmenso verde enfundada en mi traje protector, cómo el guía nos avisaba de la presencia de una gran tarántula muy cerca de nuestros pasos. Caminar sin salirse de la senda era el objetivo y era la garantía de salir indemne de aquello; caminar detrás de ese guía dotaba de seguridad para pisar en suelo firme y continuar el camino, mientras admiraba la gran explosión de belleza nunca imaginada en mi mente que se desplegaba a mi alrededor. Hermosas y enormes mariposas, preciosos pájaros de todos los colores, una vegetación exuberante y lo mejor de todo, un sonido único de vida entre el supuesto silencio de la naturaleza, merecían la pena correr ese riesgo controlado.

Hablar de cultura organizacional es como hablar de esa selva y ese gran ecosistema llena de diversidad. Encajar en ese ecosistema es analizar esa personalidad y ver si se puede sobrevivir en él. Conocer la cultura de la empresa y darla a conocer por parte de ésta es la gran asignatura pendiente de las organizaciones para atraer a sus talentos, pero más importante, mantenerlos en el camino. Sólo desde la comunicación transparente y un liderazgo guía que conozca bien el terreno en el que se mueve y la diversidad y diferencias que le acompañan en ese gran ecosistema, es posible intentar unir en una única personalidad de valores, actitudes y acciones. Y hacerlo en un objetivo común, como es disfrutar de la belleza a la vez que sentirse seguro en el camino.

La selva amazónica, crucial en el equilibrio atmosférico del planeta, encierra la mayor biodiversidad del mismo, albergando una inmensa variedad de especies en su rica flora y fauna y en un perfecto equilibrio que la madre naturaleza sabe ordenar. Las tribus indígenas comprendieron la naturaleza en profundidad y se integraron en la misma , en un perfecto equilibrio que les permite «ser», regidos por esa personalidad que es la selva, con sus propias reglas y cultura interna en un perfecto ecosistema equilibrante y equilibrado. Es en ella el modelo que veo a seguir para generar cultura organizacional; desde el conocimiento de ese equilibrio, la diversidad de sus componentes, las motivaciones y diferencias individuales, la correcta gestión de las mismas y la integración de los cambios en el sistema, sin que cambie la razón de ser y objetivos de la organización o la desequilibre, como lo han hecho las tribus que reciben a sus ignorantes turistas del medio; pues, más allá de sobrevivir, implica crecer en competitividad, y eso sólo se consigue trabajando desde, para y con las personas, conociendo comunicando e integrando lo que se «es», pero también lo que se quiere «ser».

¡Gracias!

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga Formación y Desarrollo

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