Antes de mis vacaciones de verano vi la película In time. Recomendable verla con todos los sentidos; al menos para mí, fue una provocación a la reflexión y quizás de esos pensamientos racionales sobre lo que el tiempo significa, me sentí en la obligación de parar, de detenerme en ese tiempo presente necesario, en mirar alrededor y ver cómo la vida transcurría y transcurre al margen de «mis tiempos» y de mi ritmo vertiginoso.

Para quien no conozca la película, In time es una película futurista, de ficción, pero llena de realidad, convirtiéndose en una metáfora de nuestras vidas. En ella, el valor del trabajo se cuantifica en tiempo, no en dinero; es la esencia del trueque, en el que el valor del cambio son minutos de vida. Quien no consigue los minutos del día, muere; quien es rico en tiempo, puede ser inmortal. Un guión en el que se pone encima de la mesa el valor del tiempo, pero también la manipulación y la gestión del crecimiento de la humanidad en la que para que unos ganen, otros tienen que perder. Curioso, allí no es tan diferente de nuestro presente, al mismo tiempo que incoherente en cuanto a que cualquier relación personal o profesional pasa o debe pasar por el win-win si queremos que se mantenga en el futuro. Quizás también eso es cuestión de tiempo ver quién gana y quién pierde y qué se quiere o no mantener en el futuro. .

Sea como fuere, llegué a mis vacaciones en un estado de extenuación que jamás había sentido y eso que siempre he trabajado al ritmo. Nada nuevo bajo el sol. Lo que ha hecho este año diferente es que no me había permitido en los dos últimos años «parar» el tiempo y detenerme; descansar, también es una cuestión de prioridades y he aprendido que el descanso planificado debe formar parte de mi agenda semanal.

Cuando se para tras una época en la que las hormonas mandan y el cortisol y la adrenalina son tus consejeras, se pagan las consecuencias y el cansancio mental se traslada al físico en esa inexorable unión que nos limita al mismo tiempo que libera. Llevo dos meses sin escribir ni leer, cuando esta práctica me llena el alma; simplemente, porque no he podido, no he tenido fuerzas. He fallado en mi participación en grupos, mis colaboraciones puntuales y algunos compromisos adquiridos, pues mi necesidad, más que prioridad, ha sido simplemente descansar; por tanto deja de ser elección cuando se llega a esos límites. Lo curioso del caso es que dejar de leer y escribir en esos compromisos me ha llevado a una fatiga mental que no es otra que la del sentimiento de asuntos pendientes, esos ladrones del tiempo agotadores y tóxicos que revolotean en la cabeza como pelotas de ping pong y no dejan «descansar». He querido también ponerme a prueba sobre cómo me afecta incumplir mis compromisos voluntarios fuera del trabajo, aquellos que elijo diariamente tener y en los que invertir ese tiempo. No sé si he superado la prueba , pero sí que soy consciente ahora de que los necesito, de que deseo hacerlo por mí misma y no por cumplir expectativas, porque es esto último lo que agota y esclaviza; que dar lo que uno puede es lo único que se está obligado a dar; que aquello que se hace en ese tiempo que es solo para ti es una elección diaria ; que es una cuestión de prioridades y de organización de esa agenda entre las tareas importantes y urgentes como bien se nos enseña y enseñamos en la formación de personas.

La gestión eficaz del tiempo, tal y como nos han enseñado y hemos aprendido, no va de organizar tareas; trata de organizarlas en función de las prioridades personales y profesionales; trata de buscar el equilibrio que produzca y alimente grandes resultados, pero sobre todo trata de administrarnos y gestionarnos a nosotros mismos en esa misión que llamamos Vida.

La Psicología está llena de datos sobre lo que llamamos variables que afectan a la productividad. Clima laboral, estrés, descanso, forman parte de esos resultados que buscamos cuando establecemos esas prioridades en nuestras agendas; si forman parte de los resultados, también deben formar parte de las tareas agendadas. La diferencia está en que muchas veces nos dejamos llevar por el corto plazo, olvidando que ni nuestros resultados ni la vida son un sprint, sino una carrera de fondo.

Asumo este compromiso conmigo misma de agendar mis momentos; siempre los tengo o busco de alguna manera, pero ahora soy consciente de que buscarlos sin planificar, puede convertirse en una fuente de estrés añadida cuando ves llegar una bola de nieve inmensa de tareas importantes y urgentes sin resolver… Y, se quedan relegadas en la lista negra de tareas pendientes aquellos asuntos imprescindibles en la vida.

Hoy he aprendido que no hay tareas más o menos importantes; que todas los son en función de los momentos, de las personas y las circunstancias; que una tarea que no es importante a priori puede provocar un alud mortal y que aquello que es importante a veces no lo es tanto; he aprendido que relativizar a veces es necesario para poder continuar y que «parar» , descansar y pensar es necesario para poder seguir priorizando y gestionando. Una espiral sin fin a la que solo hay que ponerle un motor llamado razón, para que la máquina no deje de girar en ese espacio tiempo que no vuelve atrás. Al igual que en la película, cada día cambiamos ese tiempo por aquello que vamos a hacer y que una vez realizado ya queda en el pasado; tiempo que no volverá, tiempo que te has ganado a diario, aunque en realidad es un regalo… Y mañana … más… O no… ¡Quién sabe!

«Me agendo en la agenda la tarea de agendar también mis momentos necesarios«.

Esperando haber provocado alguna reflexión sobre los «times» a quien lo lea… ¡Muchas gracias!

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga de las Organizaciones y desarrollo

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