La sabiduría popular encierra en sus palabras grandes dosis de verdad y en la mayoría de casos, de Ciencia, que utilizamos metafóricamente para explicar comportamientos humanos a priori inexplicables por incomprensibles a primera vista en un simple juicio inicial. Es el caso de la famosa sentencia «una manzana podrida pudre el cesto» Como si de un virus tremendamente contagioso se tratara, un fruto que empieza a pudrirse contagia de forma vertiginosa a sus compañeros del cesto que todavía no habían empezado siquiera un proceso de maduración.

En el caso de las manzanas la culpa la tiene el gas etileno que desprende la manzana podrida; una hormona vegetal que liberan los frutos en su proceso de maduración natural y que al mismo tiempo lo acelera. Este gas alcanza a los frutos cercanos y desencadena un proceso de maduración y putrefacción de una forma más acelerada que lo haría de forma natural.

Cuando vamos a nuestra nevera y vemos una fruta en estado de descomposición nos apresuramos a apartar al resto para evitar el contagio fugaz y acelerado de la inevitable descomposición. Si utilizamos este símil a los procesos humanos, de equipos, con las personas, una de las funciones de todo líder debería ser detectar esas manzanas podridas que pueden «gasear» a todo un equipo, acelerando un proceso inevitable de descomposición y putrefacción si no se toman medidas a tiempo. Y es que el «tiempo» es clave en los procesos organizacionales y motivacionales de las personas que los componen. Manejar los tiempos de maduración, detectar las manzanas que todavía están verdes y a las manzanas rojas, lustrosas y brillantes y apartarlas en los tiempos oportunos del gas fulminante es clave para afrontar con garantías los retos que esos equipos deben afrontar. El clima laboral va unido inexorablemente a la motivación de sus miembros y ésta al bienestar emocional y cognitivo, que a su vez va ligado a la necesaria confianza entre los miembros del equipo que lo componen. Si alguien de ese equipo se siente amenazado, desprotegido en ese proceso, no habrá nada que hacer ante el fulminante camino de la putrefacción de ese cesto gaseado, máxime si con el caso de las manzanas no pueden moverse por sí solas para apartarse del gas mortal.

Es función de todo líder detectar los procesos madurativos y sólo así poder gestionarlos a tiempo, cuando todavía se puede detener al gas mortal, disfrutar de todo el sabor de esas manzanas rojas y lustrosas y dejar a las manzanas verdes tener evolución natural madurativa. Ello pasa por «conocer» para poder «gestionar», «escuchar» para poder «comunicar«; «confiar» para «crear confianza«. El liderazgo humanista se basa en la confianza como pilar fundamental para el crecimiento individual y organizacional, en el bienestar de las personas que conforman los equipos que deben verse reflejados en los objetivos y en sus compañeros, donde el miedo no tiene cabida porque la colaboración y el crecimiento es compartido en ese proceso madurativo natural en cada uno de sus miembros.

En un equipo humano, la influencia de lo tóxico puede ser tan poderosa como el etileno en un cesto de frutas, destrozando a su paso todo aquello que entre en contacto con ello, en un efecto dominó irreversible. La solución pasa por entrenar a los líderes a detectar «etilenos», pero también por conocer los procesos psicológicos básicos que la ciencia nos aporta, el efecto de las neuronas espejo y su importancia en la empatía, los efectos del contagio emocional y de las energías que mueven a las personas, los procesos cognitivos y madurativos necesarios para la correcta gestión de ese «Conocimiento» y esa «Motivación»; esos intangibles necesarios para conseguir resultados. En definitiva, entrenar a los líderes a poner el foco en las personas y ello pasa por conocerlas para poder gestionarlas. Saber detectar las diferencias individuales, los procesos motivacionales, las fuerzas diferenciales, gestionar desde el humanismo bien entendido, desde el cuestionamiento de otros y también del propio, confiar y desconfiar al mismo tiempo de las propias percepciones; poner en marcha la máquina del pensamiento, la crítica y la autocrítica, la confianza y la desconfianza, el cuestionamiento constante del propio conocimiento. Las personas que nos rodean nos inspiran o nos agotan, nos hacen brillar o nos apagan. Detectarlas sabiamente y elegir quién nos acompaña en nuesto camino es también parte del proceso de autoconocimiento, porque no se trata tanto de juzgarlas, sino de reconocer qué nos conecta con ellas. La función del líder se complica allí, porque no sólo tiene que reconocer a las personas, sino también esas conexiones imperceptibles, en ese entramado complejo que es el ser humano individual y social que no responde a una ciencia exacta. Ser un líder humanista implica no quedarse solamente con lo que se dice o se ve a simple vista; implica conocer en profundidad. A veces se reduce a analizar y poner en foco en lo que «se hace» y en las carencias propias de quienes atacan como lo hace la manzana podrida a sus compañeras de cesto. Implica practicar ese pensamiento socrático en la búsqueda de la verdad a través de la pregunta irreverente, aunque a veces implique esa confrontación necesaria que produce la incomodidad; aunque a veces lleve, como al gran maestro filósofo, a tomar la cicuta con la dignidad de quien desea ser coherente consigo mismo y con los otros, con los compañeros del cesto.

¡Muchas gracias!

Patricia Tisner Laguna – Psicóloga Organizaciones Formación y Desarrollo

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